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Memoria de Ferguson (Especial para Diario-Digital)

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Ferguson (18)
Aspectos de una de las primeras manifestaciones reclamando justicia en Ferguson, Missouri.

 

Hace ya muchos años, una madrugada en las viejas librerías de la Avenida Corrientes en Buenos Aires, tocamos el tema del racismo con un grupo de amigos. Entre las nieblas del vino y la bohemia, despotricamos  contra la segregación a los negros; en aquel entonces se había producido la feroz golpiza a Rodney King y a cada rato se trasmitían noticias sobre la brutalidad policial. En el grupo había un joven que acababa de llegar de Estados Unidos. Nos dejó hablar y de pronto intervino: “Es muy lindo lo que dicen, pero hay que estar allí, entre los negros, para saber el miedo que se siente”. Aquello terminó con la discusión: era alguien que había vivido cerca de los afroamericanos y sugería que la realidad podía no ser tan clara como la mostraban los medios.

En los años que siguieron recordé esa charla y al llegar a Estados Unidos, no desperdicié la oportunidad de contactar con la comunidad afroamericana, a pesar que una de las primeras recomendaciones habían sido: “no al trato con negros”, ya que de los mismos “se podía aguardar lo inesperado”. El no disponer de carro, me permitió acceder a la intimidad de las calles; observar aquello que no se percibe cuando se circula  por los distantes Highways. Una noche al regresar con mi esposa en un largo trayecto en bus, entablé conversación con un grupo de afroamericanos que me interrogaron al escuchar mi acento. Les expliqué que venía de Argentina, canté un tango, cuya letra intenté traducir en mi deficiente inglés. Los sentí impresionados ante mi apertura. Al bajar del bus, nos acompañaron varias cuadras ya que iban en la misma dirección. Se trataba de gente joven, la mayoría empleados de lavanderías.

Ferguson (15)

Las restantes experiencias fueron fascinantes: historias de amistad y solidaridad, pero el relato excedería el largo de este artículo.

Por otro lado, escuché y procuré analizar los argumentos en contra de los afroamericanos. Algunos llegaban de estadounidenses y otros de latinos. El elemento común era que se trataba de una “raza temible”, aunque no se pudiera explicar precisamente por qué. Muchos  se admiraban que Gloria y yo viajáramos en los buses, lo que se considera “zona de negros” y por lo tanto «sumamente peligrosa». La crítica de otros se basaba en la falta de integración de los afroamericanos: buscarían vivir del gobierno y se negarían a trabajar doce o catorce horas diarias para cumplir con el «sueño americano». Esto los convertía en repudiables.

Pasó el tiempo y con Gloria nos instalamos en Berkeley, en la zona limítrofe con Ferguson. Una mañana de agosto, alguien muy cercano nos advirtió: “han matado a un negro. Todos están enfurecida contra los blancos y son capaces de cualquier cosa. Estamos a punto de una guerra racial…” Me aconsejaba no acudir al café , donde acostumbro a escribir. Como en otras veces, no hice caso de la advertencia y recorrí las calles de Ferguson, que parecían más tranquilas que de costumbre. Basadas en el mismo miedo, las autoridades habían cerrado las escuelas, por lo que miembros de la Iglesia Bautista improvisaron en la biblioteca un centro de enseñanza para niños afroamericanos . Como en los casos anteriores, el miedo a un «Apocalipsis encabezado por la ominosa raza negra», resultó falso. Las reconvenciones y las advertencias tremendistas siguieron y días después asistí con mi esposa a una manifestación pacífica reclamando justicia por la muerte de Michael Brown. Todo se desarrolló con normalidad, como el 99 por ciento de las mismas expresiones en la zona y en el resto del país. En cuanto a los hechos de violencia, de haber ocurrido en otro sitio, Argentina, por ejemplo, hubiera supuesto que eran armados o permitidos por las fuerzas de seguridad como un medio de impactar a la opinión pública y combatir la simpatía que pudiera haber al reclamo de justicia.

Ferguson (2)

Con todo esto constaté algo que suena a perogrullada: el racismo se basa en el miedo. En la información sesgada, que falsea la realidad y se convierte en mentira. Si alguna vez nos ataca un delincuente,  puede ser negro, blanco, religioso, ateo, joven, viejo, oriental o caucásico.

Para el final, considero adecuado citar las palabras de Constantin Gheorghiu, ganador del Premio Nobel de Literatura: “No existen razas de hombres, sino hombres de raza”.

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