Sociedad y Farándula

El Americano Desnudo ― El arte de morir en América.

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Todos los días, en algún punto de Estados Unidos, alguien despierta, se baña, desayuna, se mira al espejo, toma su arma que puede ser un rifle de largo alcance, una pistola de 9 mms. u otra de considerable calibre. Disimulando el armamento, concurre a una iglesia, un cine o un lugar donde se reúna una buena cantidad de personas y allí empieza a disparar. El número de muertos y heridos varía; también es frecuente el suicidio del agresor, ya sea por mano propia o por disparos de la policía. (Fuente consultada: Mass Shooting Tracker)

Adam Martinakis - Tutt'Art@ - (16)
Adam Martinakis – Artista digital polaco

 

Las noticias son abrumadoras. La prensa nos bombardea con tal cantidad de información sobre el tema, que casi siempre, por un básico mecanismo de defensa, la escuchamos con la certeza de que que siempre le ocurre y ocurrirá al otro. Nunca seré yo quien deba enfrentarme a ese sujeto armado que diariamente se alista para disparar. Sin embargo, vivimos en América , y parafraseando el título de este artículo, afirmamos que «morir bajo las balas de un asesino es un arte». Agregaríamos, «un arte nacional»; un emblema, como la leche malteada y las «Donuts». Viviendo en este país,   con un diario tiroteo masivo, tenemos más posibilidades de morir en el mismo que de ganar la lotería.

¿Qué lleva a ese sujeto, casi siempre joven, de familias de clase media a tomar un arma y disparar? Desde la psicología médica hay  un arsenal de explicaciones y argumentos, así como discusiones entre los profesionales. Pero más allá de eso: ¿Qué hace que  un hombre (eventualmente una mujer), rompa cantidad de barreras para quitar la vida a sus semejantes; a gente que casi nunca conoce?

Las respuestas son muchas, pero  nos limitaremos a dos circunstancias, quizá las mas sencillas, y las más rotundas: la primera es la fácil disponibilidad de armas en una sociedad que incita a sus miembros a disponer de ellas. No sólo es socialmente aceptable, sino que se elogia y premia la iniciativa de disponer de un artefacto con el que, eventualmente, podría matar a un semejante. La unión entre padres e hijos en América suele basarse en el uso de las armas. Se comunican al ir a cazar o practicar puntería. Esos instrumentos de los que puede surgir en cualquier instante la muerte, propia o ajena, forman parte del paisaje cotidiano y son  garantías de afirmación y seguridad.

La segunda circunstancia es el miedo. Abroquelado en una casa confortable, el americano se siente seguro en un radio sumamente limitado. Nadie es capaz de precisar si ese desconocido que cruza la calle, pueda ser un asesino potencial. Para eso están las armas;  la posesión y el uso. Una familia tipo las adquiere; enseña a sus niños a disparar y alguno de ellos puede llegar a ser ese asesino al que tanto temen; a protagonizar un tiroteo masivo con las graves consecuencias que todos conocemos.

El miedo es la última vestidura del americano. La más difícil de quitar. Cuando parece que se ha despojado de prejuicios de ideas preconcebidas , de sentimientos de hostilidad y pretende correr alegre, desnudo, sintiendo la comunión del cuerpo con la naturaleza, descubre al miedo como una segunda epidermis. Suele ocurrir que al intentar quitarla también se vayan con ella trozos de piel  y que la sangre salte a chorros.

Los dejamos con la última escena de Bowling for Columbine, película basada en la masacre de la escuela secundaria de Columbine en 1999. Michael Moore el director, entrevista al actor Charlton Heston, presidente de la «Asociación del Rifle». El mismo se retira del reportaje cuando Moore exhibe la foto de una niña de seis años muerta por un amigo de su edad, que disparó contra ella un arma, en el afán de emular a sus mayores.

 

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