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Tango – Apunte para una Introducción

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Tango por Vajont1979 – Deviant Art

Inicios del siglo XX en Argentina. Como obligación social y cultural, los llamados Niños Bien,  adolescentes y jóvenes pertenecientes a las familias ilustres , deben visitar  los prostíbulos del arrabal de Buenos Aires. Deben hacerse hombres, probando el amor pasajero con una de las damas del lugar. Al entrar en la llamada Casa de Tolerancia , conducidos casi siempre por un tío experimentado,  los recibe una música rítmica acompasada, sensual. Abrazadas en la planta baja, las parejas bailan el Tango antes de pasar a las habitaciones del piso superior.

Sacerdotes, policías y todo aquel que se sintiera responsable de la moral pública, vociferaban en contra de esa danza lúbrica, escandalosa, inspirada por el propio demonio, que mostraba en forma pública la unión estrecha de los cuerpos. El origen de aquel baile estaba en los esclavos que poblaran el Río de la Plata entre los siglos XVIII y XIX (Tango era uno de los nombres que se daba a las reuniones de  negros, prohibidas por considerarlas punto de encuentro de malvivientes). Así, aquella música relegada en un principio a lo más bajo de la sociedad, se fue uniendo con las tonadas de los payadores, (cantores improvisados provenientes de zonas rurales) y a la influencia de incesantes olas migratorias – en especial italianas y españolas – que llegaban  de Europa  .

Llevado por aquellos Niños Bien, el tango arribó por último a la alta sociedad de  Buenos Aires. Entonces arrasó. Música instintiva y apasionada, no tardó en seducir a Europa y al resto del mundo.

El pueblo que hoy que lo sigue bailando, reconoce dos vetas en la danza. Uno es el Tango Milonguero, rítmico, acompasado, íntimo. El que se practica en las Milongas,  salones que identifican las noches porteñas.

El otro es el que se baila como un espectáculo en los escenarios, y al que se conoce como Tango de Salón. Es el que podemos apreciar en Estados Unidos: la  danza virtuosa que requiere de toda la flexibilidad y el arte del bailarín.

Cuando recién empieza la noche, cantidad de habitantes de Buenos Aires se encuentran en La Milonga .

Un hombre y una mujer deciden bailar. No se conocen. Nunca se han visto. Inician el baile en absoluto silencio. Requieren  una concentración absoluta, para seguir el ritmo y armar las complicadas figuras. Aunque no crucen una palabra, al terminar la danza cada uno de ellos conocerá en profundidad la vida del otro. Animados por la música que llega de siglos de esclavitud; del sufrimiento de los pueblos de Europa; de los humores autóctonos, los cuerpos dialogan en silencio. Cuentan el dolor, el desarraigo, la soledad que los anima como habitantes de la urbe. Trasmiten estas emociones en cada paso. Rompen el velo del anonimato. Abren todos los canales de la comunicación, a pesar de la ausencia de palabras.

Desde la orquesta, suena en tanto la voz tanguera. Dicen que para pronunciar esas historias de dolor y desencuentro, no debe ser educada y cristalina.  Es necesario que trasmita la ronquera de las noches en vela; del alcohol, del tabaco; del dolor que surge de la lejanía; de los afectos perdidos; de la llegada a la ciudad, donde el hombre o la mujer se olvidan de sí mismos y se convierten en objetos.

En la enorme queja del tango, hay un constante reclamo de amor. La pareja que se ha encontrado,   sólo detendrán el baile en la madrugada. Beberán unos tragos de vino y volverán a la pista para continuar con ese diálogo silencioso, íntimo; desgarrador.

Cuando los primeros rayos del sol atraviesen los vidrios biselados del salón, quizá se separen y no vuelvan a verse. Sólo recordarán esa noche, cuando  el vaivén del tango les permitiera romper sus respectivas soledades.

Ilustración: Vajont1979 – Deviant Art

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